domingo, 14 de junio de 2009

Miro supo que Fago había llegado al colegio cuando lo vio en el patio, jugando fútbol.
Con sólo cinco minutos de recreo, Agnán recibió un pelotazo que lo lanzó lejos.
Fago se divertía con una risa endiablada. Lo hizo a propósito, era el estilo de Fago comportarse de ese modo.
Miro no dijo palabra: pasó lo más lejos que pudo del lugar, con tristeza vio a Agnán tirado a un costado de la cancha llorando de dolor. Ni siquiera avisó al profesor de turno o al señor Pineda, el inspector general. Miro sólo pensaba en su miedo: corrió tan lejos como pudo, como si nombrar a Fago pudiera traerle alguna maldición.
¿Es posible que alguien se divierta volviéndose malo? ¿O acaso Fago también siente miedo y esta es su forma de defenderse?
Miro estaba asustado, pero en el fondo del corazón deseaba ser bueno por sobre todas las cosas.
Quizá debió acusar a Fago y no ocultar lo ocurrido.
Por suerte ayudaron a Agnán que sólo resultó algo dolorido.
Fago juró inocencia ante sus superiores.
Los amigos de Miro también sintieron temor.
¿Qué pasaría entonces si Fago de verdad lo hubiera hecho sin querer?
¿Algún compañero creería en sus buenas intenciones?